Gustavo Díaz Sosa: «La gente deja de ser honesta consigo misma por formar parte de la mayoría»

SAM_1041Fotografía realizada por Sonia Lozano

Acabas de inaugurar nueva exposición en la galería BAT. En ella presentas tus series Huérfanos de Babel, De Burócratas y Padrinos, y la inédita Epopeyas para el Nuevo Milenio. ¿Hay un nexo común entre todas ellas?

El ser humano en su conjunto. La Sociedad como un todo, su comportamiento, su evolución humana y su papel en el transcurso de la historia. En la nueva serie sigo manifestando mi interpretación personal de cómo veo constituida la Sociedad y los seres que la imperan. No tiene por qué coincidir mi criterio con el del público. Es una visión personal a partir de mis propias vivencias. Esta serie, Epopeyas para el Nuevo Milenio, descubre que, a pesar de los siglos, el hombre sigue actuando del mismo modo, continúa viviendo sumergido en las ansias de poder, dominio, y control; sólo cambian los escenarios… Por ello empleo ambientes clásicos con una narración en imágenes más contemporánea. Seguimos en la misma espiral y, a pesar de que considero que actualmente existe un despertar en la humanidad, el ser humano sigue sintiendo la necesidad de que existan la Fe, el Emperador y el Esclavo.

Algunas de tus obras no han sido nunca expuestas en galerías, quizás porque se ha pensado que son demasiado duras para los espectadores. ¿Hasta qué punto has tenido que adaptar tu arte a esta condición?

Esto es algo que nos pasa a todos los artistas, al menos durante las primeras épocas. Muchas veces queremos o necesitamos hacer cambios en nuestra obra, pero la demanda del mercado, o el propio background que nos vamos forjando, no propicia que éstas salgan a la luz.

Actualmente trabajo en un proyecto al que llamo personalmente Divertimentos, que incluye varias series como Inmaculada Concepción o Apoteosis de un niño enfermo o Maldita sea la hora. Estas obras son aquellas que te surgen de un modo más espontáneo, sin previo análisis, más bien son viscerales y libres de intereses comerciales. No significa esto que valore menos o que desprecie la obra que expongo en galerías, todo lo contrario, tienen el mismo cuidado que las series que se desconocen. Entiendo que estas otras piezas, aún desconocidas para el público, son más personales y no favorecen el carácter comercial que en ocasiones las galerías y el propio artista necesitan. Siempre he dicho que es legítimo discrepar en los gustos y debemos comprender que una entidad comercial, como son las galerías, lo que buscan es rentabilizar sus inversiones. Como también debemos recordar que antes de artistas somos personas, y nos toca vencer la parte económica que supone vivir. Sin embargo, reconozco que los “saltos de fe” son necesarios para la evolución del ser. Nunca sabremos qué hay del otro lado del abismo si no decidimos saltar. Me gustaría que las galerías depositasen una fe más honesta en la obra y evolución de un artista, en lugar de ver el arte como una estrategia comercial.

Las galerías son necesarias para el desarrollo de un artista y para la proyección del arte. Pero esto conlleva un riesgo permanente que te mantiene alerta. Es fácil caer en la tentación del éxito comercial, acomodarse, y auto-convencerse de que tu obra es buena sólo porque consigues venderla. Esto es un fatídico error. El éxito comercial está cimentado por las modas, la publicidad, las estrategias de mercado… El éxito comercial es efímero… Sin embargo, la obra más legítima, las más honesta, puede que nunca llegue a comercializarse, pero suele ser la que más toca en el interior del receptor y, de este modo, queda perenne para toda la vida.

La Sociedad en general vive asustada, con miedos, llena de prejuicios y de preguntas sin respuestas. La vida en sí es una apuesta; aunque realmente todo es mucho más sencillo que lo que nuestras mentes lo complican. Pero son estos miedos los que precisamente paralizan al ser humano. Son estas dudas las que no nos permiten evolucionar y nos convierten en esclavos emocionales que sirven a los que están en la “Cúspide de la Pirámide”. Por ello entiendo, al mismo tiempo que me decepciona, que una galería no se arriesgue a exponer lo que aún no se conoce de ti. A consecuencias de esto un artista llega a escuchar que su obra se repite, que está estancada, o que no evoluciona… Sin embargo, resultan inaceptables estos comentarios cuando en tu taller descansan esas obras desconocidas envueltas en telas de arañas y polvo, y que nunca llegan a exponerse.

¿Crees por ello que, en el mercado del arte actual, el público sólo quiere ver y comprar lo que conoce y lo que “moralmente” se considera correcto? ¿Qué libertad hay actualmente?

No somos seres libres. Nuestro consumo está contaminado por las modas, la imagen, la publicidad que recibimos y las ansias de sentirnos apreciados por la mayoría.

Existe el coleccionismo sano, el de aquellos que compran una obra de arte sin importar quién la firma, sólo porque se siente identificado con ella o le transmite “algo” que ni siquiera puede describir. Por otra parte está el coleccionismo de inversión, aquel que adquiere obras por interés, convencimiento o moda, analizando bien previamente a su autor y su trayectoria. Pero esto no sucede solo en el arte, pasa con cualquier objeto que llevamos encima. No somos libres, claro que no… Somos esclavos emocionales de toda la parafernalia que conlleva vivir en una sociedad de consumo hiperactivo. Mirémonos todos, qué teléfono móvil llevamos, qué coche intentamos tener, qué tele tienes en casa, qué maquillaje usas, qué zapatos eliges… Es triste ver cómo se hacen colas infinitas y somos capaces de gastar grandes sumas para comprar el nuevo iPhone cuando ni siquiera usamos el 25% de las prestaciones que este “estupendo y fantástico Gran Hijo de la tecnología moderna” puede llegar a ofrecer. Pero así sucede.

Sí, somos esclavos del consumo, y lamentablemente el arte sufre consecuencias. La gente teme a lo desconocido, a lo que la mayoría no comparte. La gente duda de su propio instinto si la mayoría no lo comparte… La gente deja de ser honesta consigo misma por formar parte de la mayoría… Y la mayoría, como sufre la misma epidemia, también se suma de forma gregaria al uno y al Todo.

Esto también es parte del concepto de mi obra. Cuando reflejo a la multitud gregaria perdida, dando vueltas en círculos, sin llegar a ninguna parte, sólo por miedo de no formar parte de la mayoría… Por ello describo la sociedad “como borregos, rebaño, ganado”. La Sociedad es llevada y manejada al antojo de los “más poderosos”, cuando verdaderamente sería poderoso y libre aquel que consiguiese desprenderse de los miedos que le mantienen atado a los dogmas y prejuicios establecidos.

En el caso del arte, muchas veces una obra es ignorada o no expuesta por los prejuicios sociales, religiosos o políticos que enferman a la humanidad. Muchas veces he tenido que retirar de una feria o exposición piezas que hacen referencia muy evidente a la religión, u otras que por su contexto visual podría dañar la sensibilidad del público. Esto sucede cuando expones en algunos sitios en específico con carácter comercial, como son las galerías de arte o ferias. Sin embargo, cuando estas obras llegan a exponerse en otro espacios fuera de lo comercial, tiene una repercusión interesante en el público, aunque nunca llegue a ser adquirida. (Es importante dejar claro que hablo desde una experiencia personal y generalizo. No significa que esto suceda siempre a todos los artistas o con todas las galerías.)

Abarcando el tema de la utilidad social del arte, ¿tus obras desempeñan alguna función en la sociedad?

Claro que sí. Todas las obras de artes tienen una repercusión social importante. En el caso de mi obra, sólo contestando esta entrevista, está repercutiendo de un modo social. Pero no es mi intención, no me lo propongo. Sólo pinto lo que vivo, mi experiencia personal, lo que necesito manifestar. No veo mi trabajo como una estrategia conceptual para transmitir un discurso, no. Sencillamente soy pintor, un creador, un comunicador de emociones, un narrador de lo que veo, vivo y pienso. Pero tampoco niego que mi obra tiene una repercusión social, aunque no haya sido ese mi objetivo.

Afirmas que pintar es como un exorcismo. ¿Qué es lo que sientes cuando estás inmerso en el proceso de realización de una obra? ¿Por qué se convierte pintar en una necesidad?

Cuando la producción de una obra es honesta podríamos compararla con un exorcismo. Es como expulsar los demonios que tienes dentro. Lamentablemente no puedo decir esto de cada obra que hago, pues pinto casi a diario, trabajo, estudio y produzco continuamente. Es mi oficio, es mi labor. Y no todos los días tienes un “demonio” que expulsar. Pero cuando toca ese día en el que te despiertas con ganas de crear, es como si de ti surgiera una inmensa necesidad de manifestación. Surge la necesidad de comunicar, delatar, revelar, gritar, decir, susurrar. Algunos eligen las palabras, otros los sonidos, yo elijo la imagen como lenguaje de comunicación.

Hay distintos momentos de intensidad en la carrera de un artista, como sucede en la vida de las parejas, en la convivencia, en la relación entre personas. Hay momentos en los que no te sientes con ganas, y a pesar de ello debes producir para tu próxima exposición. Y esta es la parte menos satisfactoria para el artista, sin embargo, el público desconoce estos detalles… Sólo ve el resultado colgado en blancas paredes de una galería, pero no sabe lo que realmente hay detrás de ese proceso.

Nada es romántico para siempre… La idea romántica e idílica de la vida de los artistas que todos tienen en sus mentes es verdaderamente enfermiza e irreal. Ha hecho mucho daño la documentación histórica que inmortaliza mediante el martirio a nuestros antecesores. Los historiadores suelen celebrar el éxito de un artista a través de sus narraciones románticas y, a consecuencia de ello, se fomenta una conducta insana y narcisista en todos nosotros. Las nuevas generaciones idealizan como dioses inmortales a aquellos que nombran los libros y que ya muertos cuelgan sus nombres en los grandes museos… Y entonces soñamos con ser dioses también, y nos olvidamos de que somos personas… Considero que es un error. Y resulta triste el día en que descubres que te sientes perdido y solo, y que los aplausos del público son lo único que te hace sentir feliz… Pocos reconocen esto… Pero así está estructurada en todos los sentidos la sociedad enferma en la que vivimos. No solo sucede en el arte. Y no me asusta decirlo. Me siento libre diciéndolo. No siempre la obra es honesta, muchas veces es el resultado de horas de trabajo nada románticas ni idílicas sólo porque debes cumplir.

Pintar, para mí, es una necesidad emocional cuando realmente tengo ganas de comunicar o de sacar el demonio que llevamos dentro… Es entonces cuando la considero un “exorcismo”. Hay etapas en las que esta necesidad es más intensa. Y es cuando surgen las nuevas ideas y aquellas obras que cuestan entender al principio, esas piezas que no eres consciente de por qué las haces, sólo sabes que quieres hacerlas, que lo necesitas, y entonces pintas…. Pero también existen épocas en las que te sientes apagado, sin “ángeles” ni “demonios” dentro de ti, pero debes pintar igualmente porque te has comprometido a ello… Y es triste, cansino, agotador, y aunque des lo mejor de ti técnicamente, sientes que te consumes por dentro intentando mantenerte a flote. Intento que mi obra sea lo más honesta posible, pero sería falso decir que toda mi obra es igual de sincera.

Que te interesa más, ¿el proceso de realización de una obra o la obra finalizada? ¿Cres que es importante que se pueda visualizar en la obra el proceso de realización de la misma?

Cuando la obra es sincera me interesa más su proceso de realización. Ese momento de producción es lo que realmente disfruto… Sin embargo, cuando ya eres un profesional del arte; es decir, cuando te toca vivir de ello, intentas también tener en cuenta la obra finalizada. Pero, en mi caso, reconozco que me importa más el proceso de ejecución y valoro más la realización que el acabado en sí de la obra. Es por ello que muchas veces mis piezas tienen esa sensación de inacabadas, como si hubiese olvidado terminar de pintar un detalle… Disfruto creando a partir de los accidentes que surgen durante una espontánea realización sin poner cuidado en el resultado final en sí. Resultan ser esas precisamente las más honestas.

En general, no considero imprescindible ni necesario que se llegue a visualizar el proceso de realización de la obra en su acabado. Pero en mi obra sí me gusta que el receptor pueda percibir el proceso de ejecución. Yo, como creador de la misma, en ocasiones me siento ratos largos delante de alguna pieza y disfruto decapando con la vista la superposición de manchas y líneas que la componen. Es como si escuchásemos una pieza musical e intentásemos separar en nuestras mentes los sonidos de cada instrumento… Me gusta compartir esa sensación con el espectador, dejar ese juego visual de transparencias superpuestas y de borrones o de líneas inacabadas, todas embrolladas entre manchas y resinas que unifican el conjunto de trazos y materiales. Y entonces la obra resulta ser un concierto de muchos instrumentos, en lugar de un solo de violín… Pero, ¡qué hermoso es escuchar un solo de violín! Entonces es cuando en ocasiones viene muy bien ese trazo más sencillo y limpio sobre un fondo todo blanco, en lugar de decenas de manchas y chorretones al mismo tiempo…

Dices que eres más emocional que racional, ¿crees que el arte es más emocional que racional?

Lo que describes es mi proceso de apreciación personal de una obra de arte, también me sucede en lo cotidiano, con cualquier cosa en general. Primero me dejo cautivar por lo emocional y luego analizo el por qué de un modo racional. Esto está más ligado a la personalidad de cada uno en particular, no significa que deba ser así o que suceda igual en todos. Mi modo no es más legítimo o correcto que el de otro receptor que no haya sentido lo mismo con esa misma pieza, o que valore más lo racional antes que lo emocional. Muchos lectores de esta entrevista pueden no estar de acuerdo, pero eso no me preocupa. Considero que todos los modos de apreciación son personales y legítimos.

En mi caso, en particular, primero atiendo al impacto sensorial que una obra produce sobre mí. Luego de un rato disfrutando de las vibraciones emocionales que esa pieza me ha provocado es cuando entonces me cuestiono “por qué esa pieza me ha cautivado”. Más tarde la analizo técnicamente e intento visualizar su ejecución, el modo en que fue resuelta y dedico otros largos minutos a descubrir e imaginar su realización. Por último, y es la parte que considero más interesante, me surgen las cuestiones más revesadas y personales como “y por qué a mí “, “por qué con esta pieza o artista en específico”. Entonces intento descubrirme, encontrarme y conocerme a mi mismo a través del impacto emocional que esa obra me produjo.

Las personas que hemos estudiado arte tenemos las herramientas cognitivas de poder apreciar por qué una obra se considera buena. Sabemos apreciar la calidad de una obra ajeno a que nos guste o no. Hay ocasiones en las que valoro y aprecio la calidad de una pieza a pesar de que no me guste o que no me transmita ninguna sensación. Con esto quiero decir que no considero que una obra sea mala por el hecho de que me resulte indiferente emotivamente. Pero sí es cierto que valoro mucho más aquellas que me atrapan de entrada como un “gran puñetazo en mi interior”, y son esas las que recuerdo con mejor claridad posteriormente.

Me propongo esto mismo en mi obra a la hora de su ejecución. Valoro más la parte emocional durante el proceso, que el acabado en sí. Y me siento correspondido cuando un receptor del público comparte o siente esas emociones. Es aquí cuando me he atrevido a clasificar el proceso de ejecución de mi obra como una actividad metafísica, ya que me propongo transmitir a través de lo material y visual una serie de emociones que van más allá del resultado físico de la misma.

Sin embargo, existen otras ramas del arte en la que lo conceptual y racional se considera más significativo que lo emocional. No reniego estas otras obras. Las considero igual de auténticas y legítimas de ser clasificadas como buen arte. Sencillamente, a la hora de apreciarlas, me baso en otros valores.

¿Cómo definirías tu estilo como artista? ¿Crees que es necesaria una definición?

Reniego a definir o clasificar el estilo de mi obra, al menos en estos momentos. Soy consciente de que en mi trabajo se percibe un estilo técnico consolidado, pero no pienso en ello. No le pongo nombre, no me gusta clasificar las cosas. Siento que si lo hiciera me estaría condenando, como condenada está la sociedad.

Siendo un artista con más de 300 obras al año, ¿cuál es tu fuente de inspiración?

No llevo la cuenta exacta de cuánta obra produzco al año. Esta cifra que citas es a partir de un promedio calculado teniendo en cuenta que hubo una época en la que firmaba casi una obra por día. Es cierto que he llegado a hacer más de 300 obras en un año. Pero eso es un grave error. A veces pienso que es demasiado… Es imposible tener “inspiración” para tanto… No estoy orgulloso de ello.

Existe el mito de que un artista debe estar todo el día creando. Eso es un error que hace mucho daño. Es cierto que hay etapas, como te mencioné antes, en las que somos muy productivos y creativos. Etapas intensas en las que realmente apenas sales del estudio. Pero también hay etapas en las que no deseas saber nada del arte. Incluso, etapas en las que tienes deseos de abandonar por muy bien que te va profesionalmente… Hay etapas en las que necesitas descansar. Somos personas antes que artistas, y sufrimos las mismas consecuencias vitales que cualquier otro ser practicando intensamente cualquier otra actividad o profesión. No somos “máquinas de producción”, ni dioses inmortales, somos seres humanos.

De todos modos, intentando contestar tu pregunta, mi fuente de inspiración es mi propia vida. Todo aquello que he creado es una parte biográfica de mí. Trabajo en series, las obras no son independientes, cada una tiene un enlace con la anterior. No me propongo que cada obra sea única y manifieste una idea o discurso de forma individual. Por lo contrario, mi obra es el conjunto de todas en sí. Todas son un reflejo de mi propia vida, de mis experiencias, de las cosas que me ha tocado vivir y conocer como ser dentro de una estructura social.

Tus obras están muy relacionadas con el estado del ser humano en la sociedad. ¿Crees que nuestra sociedad actual está viviendo una apertura de conciencia? En caso contrario, ¿crees que hay alguna esperanza?

Considero que vivimos en una etapa en la que el ser humano empieza a desprenderse de sus miedos o, al menos, comienza a reconocerlos. Esto será muy positivo para las próximas generaciones. Existe una minoría, aunque cada vez mayor, que tiene la capacidad de percibir y revelar el daño que ha hecho al Hombre la manera en que ha sido estructurada la Sociedad. Pero esto no es cosa del último siglo. La Sociedad ha sido moldeada al antojo y por el interés de los más poderosos desde milenios atrás. Se nos ha privado de nuestra libertad auténtica, de reconocernos a nosotros mismos, de formar parte sana en el Universo. Se nos han impuestos normas y condiciones supuestamente para un mejor funcionamiento del Todo que conformamos, cuando en realidad son los “más poderosos” los que se benefician de nuestro desconocimiento… La Conciencia, el Pensamiento, es una casualidad de la evolución, un milagro incomprendido prácticamente antinatural. Y el Ser Humano no ha sabido usar de un modo sano ese Don que se nos ha otorgado.

Esto es muy complejo de ver, pero una vez que haces conciencia de ello, resulta muy fácil de entender. Actualmente se aprecia un despertar en la Humanidad. Existe una minoría que empieza a actuar de un modo sano intentando comprender la verdadera esencia de la existencia, todo lo opuesto a lo que se nos ha inculcado. Esa minoría va incrementando y será la que transmitirá a las nuevas generaciones un modo distinto de apreciar la vida. Esa minoría es la que consigue vivir sin ser esclavos del consumo, de las modas y de la necesidad de sentirse aceptado y así amado. Esa minoría es la que empieza a entender que es importante saber amarse a sí mismo y de ese modo ofrecer amor a los demás. Son los que han aprendido a vivir consigo mismo habiendo encontrado el verdadero sentido de la vida, en lugar de camuflar sus miedos en apariencias, jerarquías y posesiones materiales.

Es un proceso largo y difícil. Podría ser tan largo como el mismo tiempo que llevamos viviendo así. Pero también es cierto que este despertar no es algo de ahora. Este despertar tal vez haya comenzado desde el Renacimiento, sólo que es ahora que se expande a mejor ritmo y que comienza a ser mayor el número de personas que lo están experimentando.
Será ese el único modo de ser verdaderamente libres.

Por Laura Antolínez y Sonia Lozano

 
 
 

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